Entre los años 50 y 70 varios pueblos de la provincia de León fueron anegados para construir allí pantanos, los habitantes de dichas poblaciones fueron expropiados y se les dió otra vivienda y otras tierras hacia donde debieron emigrar forzosamente. Ése fue el caso de Virginia y Domingo que se instalaron en tierras palentinas. Tras haber llevado una vida juntos, Domingo fallece y toda su familia acude al pantano para depositar allí sus cenizas. En ese momento es cuando comienza esta novela polifónica: cada uno de los allegados va desgranando recuerdos del difunto desde la perspectiva de marido, padre, abuelo y suegro. Y todos coinciden en el veredicto: no era muy hablador pero dominaba todas las técnicas agrícolas y era muy apreciado entre los vecinos. Y es la vida de tantos matrimonios sin historia que han sacado adelante a los suyos con sacrificio y sin grandes quejas. Susana, una de sus nietas, siente pena por no haberle tratado más y afirma: […]la vida lo complica todo. la vida y nosotros mismos, que enseguida relegamos y olvidamos a las personas a las que más queremos en favor de otras menos importantes. Luego nos arrepentimos (p.57). He de añadir, además, que el tono es el justo, es melancólico pero real como la vida misma y que no hace falta ser un lector excesivamente avezado para comprender quién habla y cuál es su posición en la familia. Tampoco perjudica la lectura las frases largas de sintaxis compleja. Acabo con la reflexión de uno de sus yernos (separado de su hija): ¿No será que el secreto de la felicidad es conformarte con lo que tienes, con lo que a base de esfuerzo vas consiguiendo por ti mismo, con el amor de unas pocas personas que la vida puso a tu lado, con la tranquilidad que dan la fidelidad y la compañía de una mujer a la que conociste un día y que, si entonces te pareció la mejor del mundo, quizá fue porque lo era? (p.147).
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