Como indica el nombre de la editorial, he utilizado de pretexto un viaje laboral a Portugal para leer este clásico de la literatura lusa, un tanto desconocido en España pero aquí equiparable a nuestro Quijote. Esta novela inmensa por el volumen tiene de todo lo que puede uno desear de la prosa decimonónica relaista/naturalista: páginas y páginas de descripciones promenorizadas sobre la ropa, la decoración, la política y la literatura y un argumento que hará las delicias de cualquier adicto al culebrón de sobremesa. En la vida de los Maias primero está Afonso, hombre generoso y librepensador que se verá abocado a educar a Carlos Eduardo, su nieto, tras la dramática muerte del padre de éste, Pedro. Aunque Carlos ha estudiado medicina en Coimbra, no se dedicará al oficio de galeno con mucho afán, sino que le va más bien la fiesta y es adorado por las mujeres (casadas o no). Tras este resumen, un tanto simplista, conoceremos a un montón de personajes secundarios extraordinariamente dibujados: Ega, el amigo un tanto tarmabana; Alenca, el poeta romántico incomprendido, Cruges, el músico melancólico, la condesa de Gouvarinho y María Eduarda de la que no quiero contar demasiado. El lenguaje es de hace dos siglos, pero en esta época descarnada en la que vivimos en la que todo se explicita por escrito o por imagen, no puedo dejar de sonreir y de congratularme al leer frases como la que sigue: «la vieja tartana de ruedas amarillas acababa de ser una alcoba de amor, perfumada de verbena, durante las dos horas en que Carlos había rodado en ella por la carretera de Queluz, con la señora condesa de Gouvarinho» (p. 252). A buen entendedor, pocas palabras bastan.
LOS MAIAS, Eça de Queirós (Pre-textos)
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